DOMINGO EN EL PERAO
Fue en este último verano, bajé hasta el Cuareim, zona del
paso del Perao, subí a la gran piedra y desde allí comencé hacer fotos con la
camarita de mi teléfono. El río baja sereno y hermoso por la ancha laguna, la
vegetación y las nubes se espejan en sus aguas, de pronto, frente a mi, se
estrecha en una curva pronunciada sobre el fondo de basalto que emerge por el
lado uruguayo formando una escalinata que llega hasta mis pies.
La cámara trabaja registrando todo con su buen ojo, los botes
amarrados, montes de arena secando con sus códigos de señales para
identificarlas. El sol picando en el lomo, ninguna brisa para el alivio, pero
el paisaje es maravilloso.
Entonces escucho algunos gritos lejanos y veo brazos que se
agitan en mi dirección, era un movido y alegre grupito de gurisas que a una
cuadra de mi piedra, lavaban ropa y me pedían fotos. Hacían poses divertidas y
me decían: “Feisbu… feisbu”.
Sin moverme disparé varias veces y respondí afirmativamente,
me aplaudieron ruidosamente y continuaron su labor, entre risas y cantos.
Seguí buscando ángulos, subiendo y bajando entre las piedras
estampadas de nombres y dibujos de todos los tiempos, caminé por la orilla,
conversé con un hombre que sacaba pedregullo del río, le pedí permiso para un
par de fotos y cuando me disponía a
regresar, reparé en algo muy particular, algo único e inusual o al menos muy curioso.
Las gurisas sentadas en una sombrita escasa, con los pies en
el agua clara y rápida del paso - donde la profundidad tiene apenas un par de
palmos – descansaban conversando mientras del otro lado del río, las ropas
secaban tendidas sobre los sarandíes del país vecino. El lavado fue en aguas
uruguayas, el secado en territorio de Brasil. No creo que algo así suceda en
alguna otra parte. - JSDC
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EL RÍO Y SU LECHO DE BASALTO.
No se extrae arena en el Perao, allí sólo se amontona el
material recogido, en la ribera uruguaya, sobre el pavimento natural de piedras
lajas. Los esforzados hombres – y unas
cuantas mujeres - que realizan ese duro trabajo,
remontan el río en sus botes o a veces van aguas abajo, según los movimientos y
cambios ocasionados por las crecientes.
Cuando se agotan o desaparecen las playitas arenosas, el río
las devuelve en otro lado y como en un juego infantil hay que salir a buscar. Nadie
sabe hasta cuando, la tan maltratada naturaleza soportará ese ritmo acelerado,
aportando constantemente material de sus propias entrañas para que el hombre
siga construyendo y destruyendo a la vez. Ellos no piensan en eso, se levantan
cada día para ganarse el pan. Los otros que piensan – en otras esferas, de saco
y corbata - parece que no lo toman en serio y no se ven avances, solo retórica,
teoría y lamentos.
Aquel domingo los areneros ya habían hecho su trabajo y se retiraron,
la carga de cada viaje en bote
constituía un pequeño montículo secándose al sol. Caminé por la orilla y
encontré a un señor que trabajaba con una gran pala, con el agua a media pierna
extrayendo pedregullo que depositaba sobre una pequeña carretilla de acción
manual, como lo es todo en esa difícil tarea.
Conversamos sobre el tema y, con su permiso le hice estas
fotos, sobre la parte superior, las gurisas lavanderas se divertían a pura
cumbia y pagode, mientras las ropas secaban del otro lado del río, en el extranjero.
- JSDC
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